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Aquella diáfana mañana de un día de octubre de 1984, me evadía por algún momento a través de las páginas del periódico “Clarín”; un poco agobiado y tal vez arrepentido de haber emprendido lo que podría parecer una loca aventura. Ya había visto los avisos clasificados de trabajo. No me convencía, se veía difícil mi panorama. En mi condición de extranjero y con una visa de turista, no podía pretender acceder a un empleo más digno, o tal vez más acorde a mis intereses y conveniencias. Hacía días que buscaba y buscaba alguna alternativa válida.
–¡Que lío!... ¿Que hago?...Me vine de Chile, por que allá el panorama estaba muy deprimente, y aquí en Buenos Aires (Argentina) hay futuro, pero estoy estancado porque hay que tener la condición de residente. –Era la conjetura que martillaba mis sentidos. De hecho me aconsejaban realizar el trámite de residencia. Obviamente tenía que esperar por lo menos un año para acceder a tramitarlo. Mientras tanto tenía que trabajar, pero en empleos menores como lavacopas, peón y/o ayudante de construcción, o sea albañilería, entre otros. Todo esto convulsionaba mi mente. Como decimos en buen chileno, había que “aperrar” en lo que fuera mientras tanto. Me olvidé un poco del asunto y preferí dar vuelta las páginas, mejor me dí un pequeño festín recreativo con la página de humor, con la tira cómica de El “Loco” Chávez de Horacio Altuna y otros cómic de Fontanarrosa y Tabare. De repente una voz interrumpe mi momento de relax en aquel escaño de la plaza San Martín donde estaba sentado.
Algunas tiras cómicas del periódico Clarín de Buenos Aires de aquel entonces. Soy un gran admirador del trabajo de estos célebres dibujantes.
–¡Che, pibe!… ¿Querés laburar?... –Me preguntó un desconocido.
–¡Por supuesto! –Contesté; y de inmediato levanté mi cabeza y miré a mi interlocutor ocasional. El tipo en cuestión era de pelo negro azabache y ondulado, rostro moreno y pómulos pronunciados y caídos de aspecto caninoide. Bastó aquel momento crucial para dejar grabado a sangre y fuego su rostro en mi memoria visual. El tipo en cuestión me ofreció un empleo como ayudante de albañil.
–¿Tenéz experiencia en este tipo de laburo? –Me preguntó.
–A decir verdad no he trabajado nunca en este oficio…Pero puedo aprender –Aseveré al instante.
–Está bien, entonces vamos a la obra de inmediato; podés comenzar ahora mismo. –Me señaló el singular personaje.
De hecho no había más tiempo que perder, ya no podía pretender otro empleo. Total el ofrecimiento de trabajo estaba a la mano, que mejor que aceptarlo.
Todos los días abordaba el microbus o colectivo 506, que me dejaba en el distrito o comuna del Parque Chacabuco, en la avenida Centenera y luego caminaba un poco hasta la intersección con la calle Artesano, lugar donde quedaba la pequeña obra de una construcción habitacional de dos pisos. Confieso que lo primeros días fueron muy duros, dadas las condiciones primitivas en que se trabajaba, además de mi falta de experiencia. Mi misión era preparar mezclas de hormigón a puro pulso con la pala y sobre la marcha llenar rápidamente una interminable cadena de baldecitos que no cesaban y que debía despachar rápidamente a través de una soga que eran alcanzados desde el segundo piso. Que odiosidad de trabajo y que voz más autoritaria y prepotente del exigente Pavón, el personaje de rostro caninoide.
–… ¡Apurá, apurá!, ¡más cal! –Aludía de forma majadera mantener y acelerar el ritmo de la preparación de mezclas de cemento con cal y arena para reboques o “estucos” como decimos en Chile. Exigía y apuraba como si la obra hubiera que entregarla por el día.
Después de la jornada laboral, llegaba muerto de cansado a mi habitación que quedaba en una especie de conventillo y/o vecindad ubicada en calle Ituzaingó cerca de la avenida Montes de Oca. La pieza era tan pequeña que apenas cabía una cama pequeña de una plaza y no quedaba espacio circundante, pero bien valía la pena para “tirar los huesos” como decimos en Chile o sea para descansar y dormir nada más. Era enclaustrante permanecer mucho tiempo allí, pero bien valía la pena por el módico y conveniente precio que le pagaba al conserje del conventillo o vecindad, que en todo caso me la arrendó de buena voluntad y como lucro personal, puesto que allí se guardaban algunos enseres o cachureos. Situación que a mi no me interesaba, pero que no debía comentar.
–¡Por supuesto! –Contesté; y de inmediato levanté mi cabeza y miré a mi interlocutor ocasional. El tipo en cuestión era de pelo negro azabache y ondulado, rostro moreno y pómulos pronunciados y caídos de aspecto caninoide. Bastó aquel momento crucial para dejar grabado a sangre y fuego su rostro en mi memoria visual. El tipo en cuestión me ofreció un empleo como ayudante de albañil.
–¿Tenéz experiencia en este tipo de laburo? –Me preguntó.
–A decir verdad no he trabajado nunca en este oficio…Pero puedo aprender –Aseveré al instante.
–Está bien, entonces vamos a la obra de inmediato; podés comenzar ahora mismo. –Me señaló el singular personaje.
De hecho no había más tiempo que perder, ya no podía pretender otro empleo. Total el ofrecimiento de trabajo estaba a la mano, que mejor que aceptarlo.
Todos los días abordaba el microbus o colectivo 506, que me dejaba en el distrito o comuna del Parque Chacabuco, en la avenida Centenera y luego caminaba un poco hasta la intersección con la calle Artesano, lugar donde quedaba la pequeña obra de una construcción habitacional de dos pisos. Confieso que lo primeros días fueron muy duros, dadas las condiciones primitivas en que se trabajaba, además de mi falta de experiencia. Mi misión era preparar mezclas de hormigón a puro pulso con la pala y sobre la marcha llenar rápidamente una interminable cadena de baldecitos que no cesaban y que debía despachar rápidamente a través de una soga que eran alcanzados desde el segundo piso. Que odiosidad de trabajo y que voz más autoritaria y prepotente del exigente Pavón, el personaje de rostro caninoide.
–… ¡Apurá, apurá!, ¡más cal! –Aludía de forma majadera mantener y acelerar el ritmo de la preparación de mezclas de cemento con cal y arena para reboques o “estucos” como decimos en Chile. Exigía y apuraba como si la obra hubiera que entregarla por el día.
Después de la jornada laboral, llegaba muerto de cansado a mi habitación que quedaba en una especie de conventillo y/o vecindad ubicada en calle Ituzaingó cerca de la avenida Montes de Oca. La pieza era tan pequeña que apenas cabía una cama pequeña de una plaza y no quedaba espacio circundante, pero bien valía la pena para “tirar los huesos” como decimos en Chile o sea para descansar y dormir nada más. Era enclaustrante permanecer mucho tiempo allí, pero bien valía la pena por el módico y conveniente precio que le pagaba al conserje del conventillo o vecindad, que en todo caso me la arrendó de buena voluntad y como lucro personal, puesto que allí se guardaban algunos enseres o cachureos. Situación que a mi no me interesaba, pero que no debía comentar.
En la imagen de la izquierda calle 25 de Mayo, donde está el Hotel Mendoza del letrero negro a mano derecha. Lugar donde me hospedé los primeros días cuando llegué de Chile. A la derecha Calle Ituzaingó donde viví posteriormente, en una especie de vecindad y/o conventillo.
Viví poco tiempo en aquel lugar, posteriormente me trasladé a la misma construcción puesto que “Cacho” Martinez que era el dueño de la casona que se estaba construyendo, junto a Pavón el “Tronpa” o Patrón como se dice en la jerga local (por la inversión de las sílabas de la palabra Patrón); me ofrecieron el cargo de sereno de la obra, dado que Armín, un tipo jóven, lacayo y/o “chupamedias” de Pavón, que trabajaba en la cuadrilla y que era el sereno, se retiraba de la obra, ya que pretendía viajar o pasar las fiestas de fin de año a Paraguay, su país natal.
Al fin de cuentas no era malo acceder a un empleo más, total era para cuidar de noche la construcción, bastaba con dormir en la obra. Una vez que traje mis valijas y frazadas, me instalé en una de las dependencias a medio construir; improvisé mi cama con algunos ladrillos y tablones, pero era muy dura. Se hacía necesario tal vez conseguir algunos colchones por lo menos para poder dormir dignamente, los cuales conseguí en un pequeño botadero de unas calles contiguas al sector. Unos colchones que aunque un poco sucios y manchados los limpié posteriormente y fueron de bastante utilidad.
Esta situación años después la conté como anécdota en una convivencia familiar, donde me la reprochó mi madre, aseverando que quizás que peste o infección podría estar impregnado en dichos colchones. “Está bien ser pobre y pasar algunas necesidades, pero había que ser decente; que importaba hacer un pequeño gasto para comprar un saco de dormir; había que tener escrúpulos” me señaló con gesto reprobatorio.
Al fin de cuentas no era malo acceder a un empleo más, total era para cuidar de noche la construcción, bastaba con dormir en la obra. Una vez que traje mis valijas y frazadas, me instalé en una de las dependencias a medio construir; improvisé mi cama con algunos ladrillos y tablones, pero era muy dura. Se hacía necesario tal vez conseguir algunos colchones por lo menos para poder dormir dignamente, los cuales conseguí en un pequeño botadero de unas calles contiguas al sector. Unos colchones que aunque un poco sucios y manchados los limpié posteriormente y fueron de bastante utilidad.
Esta situación años después la conté como anécdota en una convivencia familiar, donde me la reprochó mi madre, aseverando que quizás que peste o infección podría estar impregnado en dichos colchones. “Está bien ser pobre y pasar algunas necesidades, pero había que ser decente; que importaba hacer un pequeño gasto para comprar un saco de dormir; había que tener escrúpulos” me señaló con gesto reprobatorio.
Pavón se jactaba de ser un tipo emprendedor y conquistador de minas. En una oportunidad salió como bala de la obra, según él, para seducir a una bella y escultural fémina que esperaba el colectivo. Estaba atento a ver esta singular conquista, pero sólo fue una parodia, un “tongo”, ya que subió al colectivo para ir a cumplir un mero trámite, sin siquiera hacer una insinuación de conquista. En esta recreación se observa el lugar desde donde salió como un bólido, corresponde a la esquina con calle Artesanos, donde estaba la casa en construcción. La casa colindante era un negocio donde vendían camas y enseres para el hogar. La diva que espera el colectivo una típica mujer bella de generosa anatomía de esos contextos geográficos. El barrio era muy tranquilo y agradable. Al frente de la construcción había un almacén donde comprábamos las bebidas y/o cecinas. Atendía don Antonio un señor muy amable, “blancón” de tez, de aspecto extranjero y muy dicharachero. Cuando uno pisaba el umbral de su negocio se percibía el rico aroma del café en granos, como también el olor de la variedad de ricas cecinas.
A todo esto Pavón hizo una inversión “millonaria”, por fin compró una “betonera” o máquina para preparar mezclas de hormigón. Que gran acierto, ya era hora. Debo pensar que tal vez no lo hizo tanto para aliviar nuestro trabajo, sino que para apurarlo, sacarle más rendimiento a la mano de obra. Total el hombre como constructor lo hacía bien, pero como “Negrero” lo hacia mucho mejor, prueba de ello era que la cuadrilla permanentemente se renovaba al igual que un desfile de modelos.
Si bien es cierto la "Betonera" ayudaba bastante, el trabajo no dejaba de ser cansador.
En la obra trabajaba de plomero, oficio que en Chile llamamos gásfiter, un español mentiroso y lleno de artimañas. Sacaba a relucir cada fantasía de temas en la hora de almuerzo. Debo señalar que comíamos asado todos los días acompañado de bebidas, Coca Cola para mí, vino Termidor y/o Resero con soda para Pavón y sus paisanos. Se improvisaba con tablones y ladrillos la mesa y los asientos.
Pese a contar con la betonera la tarea se alivió ínfimamente, no obstante el ritmo cansador y exigente continuó. Ya por las tardes después que terminaba la jornada laboral, el lugar quedaba en silencio, había un tiempo precioso para evadirme en sueños y recuerdos de hermosos pasajes de mi vida: mi infancia junto a mi madre, la escuela primaria, mi barrio, mis amigos, etc. Luego me preparaba un matecito y con unas facturas o pastelitos hacía más grata la situación después del extenuante día. A veces escribía algunas cartas, deambulaba trazos locos en una hoja de cuaderno de cróquis, en la búsqueda de representar lo más anecdótico que me hubiera ocurrido durante el día, como éstos comics; mientras escuchaba en un radiorreceptor una diversidad de música de rock argentino. Creo que fue la primera vez que escuché grupos muy novedosos como Soda Stereo, Suéter, Abuelos de la Nada, etc. Bandas musicales que años después se escucharían con furor en Chile y resto de América.
Pese a contar con la betonera la tarea se alivió ínfimamente, no obstante el ritmo cansador y exigente continuó. Ya por las tardes después que terminaba la jornada laboral, el lugar quedaba en silencio, había un tiempo precioso para evadirme en sueños y recuerdos de hermosos pasajes de mi vida: mi infancia junto a mi madre, la escuela primaria, mi barrio, mis amigos, etc. Luego me preparaba un matecito y con unas facturas o pastelitos hacía más grata la situación después del extenuante día. A veces escribía algunas cartas, deambulaba trazos locos en una hoja de cuaderno de cróquis, en la búsqueda de representar lo más anecdótico que me hubiera ocurrido durante el día, como éstos comics; mientras escuchaba en un radiorreceptor una diversidad de música de rock argentino. Creo que fue la primera vez que escuché grupos muy novedosos como Soda Stereo, Suéter, Abuelos de la Nada, etc. Bandas musicales que años después se escucharían con furor en Chile y resto de América.
Muchas veces escuchaba cada tema, como aquella conversación en que un tipo le comentaba a Cacho Martínez y compañía, pormenores de la crisis de 1930. Un verdadero melodrama llevado a la conversación.
En la calle Artesanos dentro de la misma cuadra de la construcción, vivía una singular dama joven, de agraciado rostro; aunque obesa, que ejercía la profesión más antigua del mundo. En una oportunidad de mañanita, atendió a uno de los ayudantes de nuestro equipo constructor, quien posteriormente llegó acalorado con mucha prisa a lavarse los genitales y continuar el “laburo”. De hecho contaba con el permiso de Pavón, para realizar esta verdadera “epopeya”.
El tiempo pasó tan de prisa, arreciaba el verano y con ello la atmosfera y el ambiente reinante típico de las fiestas de fin de año; la navidad y la víspera de aquel nuevo año de 1985.
Sería la primera festividad lejos de casa; pero en fin, se trataba de un desafío o meta que me había propuesto; de torcerle la mano al destino, en la búsqueda de mejores horizontes de vida.
Escribí cartas y saludos a mi madre, hermana y amigos. Realicé algunas tarjetas navideñas con un diseño personalizado, una interpretación artística además de otros dibujos que también realicé en mis momentos de ocio. El dibujo como siempre mi mejor aliado.
En la víspera de aquel año nuevo del 31 de diciembre de 1984, brindé en silencio con unas copas de sidra por el advenimiento y éxito en el nuevo año. Deseos fervientes no sólo para mí, sino también para mis seres queridos en especial hacia mi madre, quien ha sido principal sostén de mi existencia y demás amistades. Un típico monólogo afloró en mis pensamientos
–¡René tira pa´arriba!, no te desanimes, eres jóven y el futuro es tuyo! –Fue una expresión que retroalimentaba mi optimismo. Más de alguna lagrima corrió por mis mejilla, no se si de felicidad o de nostalgia.–Que lindo sería ya tener mi trámite o mi certificado de residencia, para soñar en grande –Era la sentencia que martillaba mi cabeza. Había que esperar con calma el tiempo necesario.
Luego contemplé algunos de mis trabajos artísticos que realizaba en los momentos de inspiración y en seguida me acosté con la esperanza de soñar que vendrían días mejores en el nuevo año que ya comenzaba.
Había transcurrido sigilosamente el tiempo a la par de los calurosos y tediosos días de trabajo en la construcción; ya estábamos en pleno febrero.
Me había afiatado al incesante y duro trabajo de la obra. A la construcción le faltaba poco para su terminación. El “búnker dorado” que se construía para el cacho Martínez.
El día de descanso que me correspondía dentro de la semana era una verdadera isla de libertad en aquella “cárcel” que era la construcción, Comenzaba a fastidiarme aquel encierro, respecto del trabajo de sereno. Echaba de menos aquellos días después del trabajo, aquel tiempo que me permitía evadirme como en un sueño etéreo por calles y lugares mágicos de Buenos Aires.
Que locura, me desconocía a mi mismo, ya había adquirido la destreza y por que no decirlo el don de haberme afiatado al duro trabajo de la construcción; creo que mis miedos y temores internos los había superado. Que más daba; podía trabajar en lo que fuera. Estaba dispuesto a enfrentarme a cualquier bestia mitológica del desafío. Miraba mis manos, eran otras, tal vez un poco maltratadas, pero no renunciaban al sutil y amable trazo del trabajo con los pinceles y el lápiz de grafito. Al tratamiento de las aguadas o acuarelas que desarrollaba en mis momentos libres.
Lentamente se dejaba caer el otoño de aquel 1985, la monotonía del trabajo en nada variaba, lo que si ya el gran búnker de Martínez adquiría cuerpo y era el comentario obligado de más de algún vecino, con esa típica ironía porteña.–¿Se está construyendo un velatorio? –Aducía más de alguna curiosa vecina.–Perdóneme, ¿Por qué lo dice?... –Le replicaba.–…Es por aquellas ventanitas tan chiquitas que de aquí se aprecian. –Me señalaba la impertinente vecina mientras apuntaba hacia la obra en construcción desde el almacén de Antonio enfrente de la construcción, lugar donde habitualmente compraba.–Tal vez haya que preguntarle al arquitecto… –le señalaba.–¡¿Pero, vos no trabajás allí?!...¡¿Qué no sabés?! –Me insistía con vehemencia.–Una vez más perdóneme, ¡Que sé yo! Si apenas soy un obrero de esa construcción y a mi no me interesa si el dueño se está construyendo su velatorio o tumba como los faraones del antiguo Egipto –Le replicaba finalmente para concluir la odiosa conversación.
Estábamos como a menos de un mes de que expirara mi visa turística, razón por la cual decidí viajar a Chile en abril de 1985 para pasar unos días con mi familia y luego retornar a Buenos Aires con una nueva visa a fin de seguir en mis propósitos de esperar el año para gestionar y así acceder a mi trámite de residencia definitiva y como es obvio buscar otro trabajo. Ya tenía claro mi plan y habían otras interesantes perspectivas laborales sobretodo en mi campo de acción, el diseño gráfico.
Faltaban como diez días para que expirara mi visa y le avise a Pavón de mi decisión de retirarme de la obra a fin de que buscara un reemplazante para el oficio de “mezclero” y por ende también de sereno.
El tiempo pasó tan de prisa, arreciaba el verano y con ello la atmosfera y el ambiente reinante típico de las fiestas de fin de año; la navidad y la víspera de aquel nuevo año de 1985.
Sería la primera festividad lejos de casa; pero en fin, se trataba de un desafío o meta que me había propuesto; de torcerle la mano al destino, en la búsqueda de mejores horizontes de vida.
Escribí cartas y saludos a mi madre, hermana y amigos. Realicé algunas tarjetas navideñas con un diseño personalizado, una interpretación artística además de otros dibujos que también realicé en mis momentos de ocio. El dibujo como siempre mi mejor aliado.
En la víspera de aquel año nuevo del 31 de diciembre de 1984, brindé en silencio con unas copas de sidra por el advenimiento y éxito en el nuevo año. Deseos fervientes no sólo para mí, sino también para mis seres queridos en especial hacia mi madre, quien ha sido principal sostén de mi existencia y demás amistades. Un típico monólogo afloró en mis pensamientos
–¡René tira pa´arriba!, no te desanimes, eres jóven y el futuro es tuyo! –Fue una expresión que retroalimentaba mi optimismo. Más de alguna lagrima corrió por mis mejilla, no se si de felicidad o de nostalgia.–Que lindo sería ya tener mi trámite o mi certificado de residencia, para soñar en grande –Era la sentencia que martillaba mi cabeza. Había que esperar con calma el tiempo necesario.
Luego contemplé algunos de mis trabajos artísticos que realizaba en los momentos de inspiración y en seguida me acosté con la esperanza de soñar que vendrían días mejores en el nuevo año que ya comenzaba.
Había transcurrido sigilosamente el tiempo a la par de los calurosos y tediosos días de trabajo en la construcción; ya estábamos en pleno febrero.
Me había afiatado al incesante y duro trabajo de la obra. A la construcción le faltaba poco para su terminación. El “búnker dorado” que se construía para el cacho Martínez.
El día de descanso que me correspondía dentro de la semana era una verdadera isla de libertad en aquella “cárcel” que era la construcción, Comenzaba a fastidiarme aquel encierro, respecto del trabajo de sereno. Echaba de menos aquellos días después del trabajo, aquel tiempo que me permitía evadirme como en un sueño etéreo por calles y lugares mágicos de Buenos Aires.
Que locura, me desconocía a mi mismo, ya había adquirido la destreza y por que no decirlo el don de haberme afiatado al duro trabajo de la construcción; creo que mis miedos y temores internos los había superado. Que más daba; podía trabajar en lo que fuera. Estaba dispuesto a enfrentarme a cualquier bestia mitológica del desafío. Miraba mis manos, eran otras, tal vez un poco maltratadas, pero no renunciaban al sutil y amable trazo del trabajo con los pinceles y el lápiz de grafito. Al tratamiento de las aguadas o acuarelas que desarrollaba en mis momentos libres.
Lentamente se dejaba caer el otoño de aquel 1985, la monotonía del trabajo en nada variaba, lo que si ya el gran búnker de Martínez adquiría cuerpo y era el comentario obligado de más de algún vecino, con esa típica ironía porteña.–¿Se está construyendo un velatorio? –Aducía más de alguna curiosa vecina.–Perdóneme, ¿Por qué lo dice?... –Le replicaba.–…Es por aquellas ventanitas tan chiquitas que de aquí se aprecian. –Me señalaba la impertinente vecina mientras apuntaba hacia la obra en construcción desde el almacén de Antonio enfrente de la construcción, lugar donde habitualmente compraba.–Tal vez haya que preguntarle al arquitecto… –le señalaba.–¡¿Pero, vos no trabajás allí?!...¡¿Qué no sabés?! –Me insistía con vehemencia.–Una vez más perdóneme, ¡Que sé yo! Si apenas soy un obrero de esa construcción y a mi no me interesa si el dueño se está construyendo su velatorio o tumba como los faraones del antiguo Egipto –Le replicaba finalmente para concluir la odiosa conversación.
Estábamos como a menos de un mes de que expirara mi visa turística, razón por la cual decidí viajar a Chile en abril de 1985 para pasar unos días con mi familia y luego retornar a Buenos Aires con una nueva visa a fin de seguir en mis propósitos de esperar el año para gestionar y así acceder a mi trámite de residencia definitiva y como es obvio buscar otro trabajo. Ya tenía claro mi plan y habían otras interesantes perspectivas laborales sobretodo en mi campo de acción, el diseño gráfico.
Faltaban como diez días para que expirara mi visa y le avise a Pavón de mi decisión de retirarme de la obra a fin de que buscara un reemplazante para el oficio de “mezclero” y por ende también de sereno.
Pavón siempre se quejaba que no le duraban los ayudantes. El problema del hombre es que tenía algunos cocodrilos en los bolsillos. Le costaba desprenderse de algunos pesos. El personaje que se observa a la derecha era un correntino, paisano de Pavón. Un tipo noble y transparente, que fue quien quedó de sereno cuando me retiré de la obra.
En una oportunidad el Cacho Martínez tuvo una tremenda laguna mental, se había olvidado de pagarme la semana de sereno. Fue polémica la situación, le dí un ultimátum si no restituía el bache memorial, yo dejaba el puesto. El hombre recobró el trastorno mental. Posteriormente mandó al hijo señalando que me iba a cancelar nuevamente la semana trabajada. En la recreación estoy junto a Cacho Martínez aclarando el inconveniente; a la izquierda el tipo con carpeta bajo el brazo era el arquitecto de la obra, un tipo taciturno y con cara de loco; mientras a la derecha Pavón junto a uno de sus paisanos y ayudante que esta con gorro, un tipo zalamero y “pelador”.
Cuando los techeros concluyeron su trabajo, en la construcción olvidaron llevarse las sogas con las que trabajaron. Pavón estaba contento de que ya no volverían a buscarlas. Eso significaba un buen dividendo para su stock de implementos de construcción, pero no fue así y para desilusión de él; a los días después vinieron a buscarlas. O sea fue dueño de las sogas por unos mezquinos días.
Mi último día de trabajo en la construcción fue un día de regocijo, puesto que al día siguiente hacía abandono del lugar. Esa noche dormí como los dioses, un sueño reparador.
Al día siguiente previo a retirarme de la obra, le deje mi legado de aquella cama con esos colchones tan singulares y anecdóticos a mi sucesor en el cargo de sereno; un compañero de trabajo; correntino, paisano de Pavón. Un tipo noble y transparente con el que intercambié algunos conceptos y reflexiones propias del trabajo y de la vida. Entendió mis sueños y proyectos. Nos deseamos mucha suerte y éxito en nuestras respectivas sendas de nuestros destinos. Fue la única persona de la cual me pude despedir.
Emprendí el regreso, tal vez no el definitivo todavía, me quedé unos días más, hospedado en un hotel. La idea era descansar y disfrutar un poco de aquella hermosa ciudad, antes de volver a Chile.
Definitivamente llegó el día y emprendí el retorno a casa, el mes de abril de 1985; tal vez para hacer un pequeño paréntesis en este proyecto de vida que nunca he podido evaluar que haya sido malo o bueno. Quedó en la incógnita.
En mi viaje en bus ya de retorno por la pampa argentina, mientras me hacía una autocrítica sobre ese proyecto que no estaba concluído. Hacia conjeturas: “Total soy joven todavía y hay licencia para equivocarse, se puede enmendar el rumbo, puesto que así se va cimentando la experiencia”. No le quise dar más vuelta al asunto y cerré los ojos, para descansar un poco y proyecté mi pensamiento en alguna emoción más interesante, como llegar a casa, ver a mi madre, descansar y planificar definitivamente un retorno más pleno y remozado. Pero el destino no fue así ya nunca más volví a Buenos Aires, surgieron otros planes y proyectos para mí, por lo menos mi madre me lo pidió. Tenía la última opción o repechaje del destino allá en Chile, de la cual fui un feliz ganador a un año después de mi retorno. Lo acontecido en Buenos Aires, fue una bonita experiencia que quedó como una romántica e inconclusa historia sin final.
Mi último día de trabajo en la construcción fue un día de regocijo, puesto que al día siguiente hacía abandono del lugar. Esa noche dormí como los dioses, un sueño reparador.
Al día siguiente previo a retirarme de la obra, le deje mi legado de aquella cama con esos colchones tan singulares y anecdóticos a mi sucesor en el cargo de sereno; un compañero de trabajo; correntino, paisano de Pavón. Un tipo noble y transparente con el que intercambié algunos conceptos y reflexiones propias del trabajo y de la vida. Entendió mis sueños y proyectos. Nos deseamos mucha suerte y éxito en nuestras respectivas sendas de nuestros destinos. Fue la única persona de la cual me pude despedir.
Emprendí el regreso, tal vez no el definitivo todavía, me quedé unos días más, hospedado en un hotel. La idea era descansar y disfrutar un poco de aquella hermosa ciudad, antes de volver a Chile.
Definitivamente llegó el día y emprendí el retorno a casa, el mes de abril de 1985; tal vez para hacer un pequeño paréntesis en este proyecto de vida que nunca he podido evaluar que haya sido malo o bueno. Quedó en la incógnita.
En mi viaje en bus ya de retorno por la pampa argentina, mientras me hacía una autocrítica sobre ese proyecto que no estaba concluído. Hacia conjeturas: “Total soy joven todavía y hay licencia para equivocarse, se puede enmendar el rumbo, puesto que así se va cimentando la experiencia”. No le quise dar más vuelta al asunto y cerré los ojos, para descansar un poco y proyecté mi pensamiento en alguna emoción más interesante, como llegar a casa, ver a mi madre, descansar y planificar definitivamente un retorno más pleno y remozado. Pero el destino no fue así ya nunca más volví a Buenos Aires, surgieron otros planes y proyectos para mí, por lo menos mi madre me lo pidió. Tenía la última opción o repechaje del destino allá en Chile, de la cual fui un feliz ganador a un año después de mi retorno. Lo acontecido en Buenos Aires, fue una bonita experiencia que quedó como una romántica e inconclusa historia sin final.
René
Y para despedirme los invito a ver algunos dibujos que son parte de la historia, como también algunos trabajos artísticos de cómic de diversas temáticas, que realicé en aquel periodo en Argentina. Algunos trabajos posteriormente han sido coloreados con Photoshop.
Este dibujo lo realicé con tinta china negra trazado con pluma, como la mayor parte de mis trabajos. Fue coloreado con el programa Photoshop, hace algún tiempo atrás como las demás ilustraciones de la historia.
Este es otro cómic ”Made in Argentina”, lo realicé en mis momentos de ocio en la construcción. Los fines de semana disponía de un tiempo precioso, durante el cual en la soledad de la obra discurría ideas y argumentos para recrear estas fantásticas historias. “Vampirita”, personaje inspirado en “Vampirella”, un personaje homólogo de una historieta por allá por los años 70 que leía y me divertía en mi época adolescente. Trabajo realizado con acuarela y tinta china negra.
Estás dos ilustraciones cómicas fueron realizadas íntegramente en Argentina con acuarela y tinta china negra, dentro de mis ratos libres.
Hola Rene, muchas gracias por pasarse por mi blog. He estado leyendo su entrada. Me ha gustado mucho ver las viñetas que hacía en sus pequeños descansos de trabajo. Es un placer seguir su blog.
ResponderEliminarHasta pronto!
Tanto tiempo sin haber revisado mi blog, gracias por el comentario estimada Cristina. Yo también he visto sus blog, muy lindas sus ilustraciones de niños.
EliminarAtte. RENE